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Cinemateca Nacional Nicaragua

Beasts Of No Nation: La”belleza” de las crueldades de la guerra

Las películas sobre guerra siempre tocan temas sensibles y difíciles de criticar por su contenido delicado, pero cuando hay un cineasta que no escatima en ocupar elementos artísticos para dar “belleza” a algo tan horrible, estamos ante una obra que realmente vale la pena apreciar y aprender de la misma.

Beasts Of No Nation es una desgarradora película cuyas actuaciones sobrepasaron expectativas, mismas que fueron reconocidas en algunas entregas de premios como los SAG Awards, pero que los premios de la Academia, los Oscars, simplemente quisieron descartar. Acá analizamos el filme:

El filme es dirigido por Cary Joji Fukunaga, reconocido artista por su obra en la película Sin Nombre, además de su impecable trabajo en la primer temporada de True Detective, una serie que fácilmente es de las mejores que han habido en los últimos años.

Con una precisión y detalle en la fotografía y composición de cada toma, Fukunaga nos muestra una nación africana sin nombre, o al menos en la película no se indica, la cual está inmersa en una guerra interna en donde tanto rebeldes como militares no se distinguen en sus actos, compartiendo ambos bandos la misma fascinación y naturalidad para cometer la peor de las crueldades.

Violaciones, asesinatos, saqueos y más, aquí cada hombre que está metido en la guerra cree en ampliar o proteger sus territorios, sin ningún ideal que justifique el practicar semejantes actos que los condenan directamente al infierno, si es que tal lugar realmente existiese.

La historia se centra en un pequeño niño de nombre Agu, quien vive en una relativa paz en una ciudad que está sitiada por militares, pero que de alguna forma les permite llevar un estilo de vida normal según la cultura de esta nación africana, conviviendo con sus hermanos y padres en un ambiente sano. De repente, los militares deciden ocupar la ciudad para buscar a rebeldes, y sin mayor reparo o tiempo de discernimiento fusilan a su familia, con excepción de su madre y hermanito que ya habían podido salir anteriormente, aunque no de forma gratuita.

Agu se ve solo y desesperado corriendo por el bosque, momento en que encuentra a Idris Elba, actor que interpreta a The Commandant, un comandante de una pequeña guerrilla que luchan contra los militares y que está conformada por varios niños soldados, huérfanos que al igual que Agu el estar desamparados los ha dejado dóciles y propensos a generar violencia. De esta forma comienza un viaje oscuro, crudo y brutal desde el punto de vista de este menor mientras aprende todas las crueldades de la guerra, guiado por esta figura paternal de The Commandant, pese a que este hombre tenía motivos ocultos y una fascinación por los niños en formas que el filme muestra quizás de una forma sutil, pero lo suficientemente claro para crear una reacción de total repudio.

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Niños inhalando drogas, macheteando personas, violando mujeres, quemando hogares y asesinando a sangre fria, son algunos de los elementos con los que cuenta esta historia profunda en mostrar lo que una guerra, o más bien en este caso, una escuela de la muerte significa. Líderes criando monstruos para aprovecharse de los mismos.

Es en eso que radica lo más interesante de esta película, no tanto su historia como tal sino su puesta en escena, esa forma de poner al espectador en la piel de este niño, viéndolo transformarse en un verdadero demonio sin escrúpulos al cometer actos que sólo una guerra puede empujar a una persona a cometerlos

Son estos actos deplorables que filmados con el lente de este visionario director, se tornan en algo “bello” por más que cueste describirlo de esa forma, pero es un trabajo que refleja casi de manera palpable todas las barbaridades que vive este niño en esta travesía infernal.

Las actuaciones son excelsas, con un Elba que adopta de forma directa al personaje, adoptando desde el acento que ocupa hasta las posturas y las miradas de prácticamente un líder religioso, un hombre con un batallón de fieles seguidores que incluso darían su vida por él, y así como la mayor parte de líderes religiosos, se “alimenta” y aprovecha de sus adeptos por una razón egoísta. Por otro lado tenemos a Abraham Atta que interpreta a Agu, quien aún a su corta edad muestra un tormento constante durante cada escena, sufriendo junto al personaje todo este viaje a los rincones más oscuros de su humanidad.

La película termina con una escena muy fuerte no por contenido gráfico violento a como muestra en algunas dosis durante su desarrollo de poco más de dos horas, sino por un discurso en forma de casi monólogo donde Agu reclama no tener que contar las cosas que hizo, sino que quiere volver a ser ese niño inocente que jugaba con sus hermanos y reía con sus padres, porque si saca de sí mismo en palabras las cosas que tuvo que hacer, se convertiría nuevamente en ese ser lleno de odio y violencia, por lo que prefiere callarse todo y guardárselo con el fin de regresar a su inocencia, una inocencia perdida por una guerra sin sentido.

Con semejante historia, la pregunta que queda es: ¿Porqué los Oscars despreciaron esta película?

Rafael Lechado Cruz/ @echadosviendotv