LA 91 ENTREGA ANUAL DE LOS OSCARS LOS PREMIOS AL QUE MÁS LIKE RECIBA
Opinión, Joel Sandino
Una vez más los Oscars demuestran que son más un premio a la popularidad y a los principios “políticamente correctos” de Estados Unidos que un premio a la calidad artística y trascendencia cinematográfica.
No solo obvia películas incómodas en sus nominaciones, sino que valoriza historias intrascendentes, maquilladas de “buena onda” y ahora, últimamente, de falsa diversidad.
El premio a mejor película de la edición 91 de los Premios de la Academia fue para Green Book, una película que se decanta por contar la historia de amistad entre dos personas diferentes y usan una de las tantas épocas oscuras, tristes y criminales de la historia norteamericana solo como contexto para otra obra más acerca de la “fuerza del amor”. Ese discurso moral que obvia al poder como causante de las injusticias para dejar en manos de los individuos y la ambigüedad de las buenas intenciones la posibilidad de construir la justicia, mientras deja sin daños a los verdaderos culpables. La película de Peter Farrelly ganó también el premio a mejor actor de reparto en las manos de Mahershala Ali que, debo reconocer, hace un gran papel, y mejor guión original, de eso ya voy a hablar porque es terrible.
Darle a Green Book el Oscar por encima de La Favorita, película más compleja, menos complaciente, mejor fotografiada, actuada, dirigida. En fin, mejor en cada apartado que significa la obra cinematográfica.
Roma, la híper promocionada película del mexicano Alfonso Cuarón, ganó tres premios: fotografía, Mejor película de habla no inglesa y mejor director. Esta película debe pasar a la historia como una de las más sobrevaloradas obras de la historia. Su historia en realidad es muy simple y lo peor del caso es que su discurso es peligroso: es una película que obliga a creer que con la caridad la clase pudiente salva su alma y que la bondad de los explotados está en aceptar su papel de criados. En una sola mujer se condensan todas las discriminaciones posibles de las que Cuarón hace apología. Esta película entra además en el limbo de la imposición de lo políticamente correcto que elimina el análisis profundo en favor de la superficialidad discursiva. Para este discurso uno debe hablar bien de la película solo porque está hablada en español.
En las tres categorías en la que Roma triunfó habían otras obras de mayor calidad: como película extranjera y fotografía luchaba Cold War de Pawel Pawlikowski, película polaca hermosa, perfecta, incómoda. Su fotografía, también en blanco y negro, menos grandilocuente que la película mexicana, en cambio está creada siempre respondiendo a la historia, a la psicología de los personajes. En la película polaca el contexto si es retratado y sí forma parte de la historia, no es una simple excusa. En dirección, el director polaco fácilmente podría haberse llevado el premio, pero también estaba Yorgos Lanthimos, director de La Favorita, quizás la mejor película entre las nominadas en la máxima categoría (que no significa que sea la mejor película del año).
De hecho la nota más injusta de los premios es, precisamente que Cold War solo tuviera tres nominaciones y no fuese tomada en cuenta en la categoría de Mejor Película.
Rami Malek ganó el Oscar por encima de la transfiguración de Christian Bale en Vice. Quizás esto no sea tanto una injusticia, debo admitir que el papel de Malek en Bohemian Rhapsody es muy buena, pero no superior a Bale.
En el apartado de guión, Green Book ganó por guión original lo que es no tiene sentido. Es una historia simple, escrita miles de veces antes, no implica ningún reto creativo extraordinario. Y se enfrentaba a obras mucho más complejas como La Favorita, El Reverendo o Vice. Otra vez un premio a las “buenas” intenciones que no impliquen ningún esfuerzo mental.
En cuanto a guión adaptado, es uno de los únicos dos premios principales que fueron a manos de quién se lo merecía. Spike Lee, uno de los directores más importantes de los últimos 40 años del cine y quizás el más discriminado por su compromiso verdadero y militante por los derechos civiles, se lo llevó por Blakkklansman, una sátira incómoda sobre la discriminación contada a través de la historia verdadera de un oficial de policía negro que logró (con truco de por medio) infiltrarse en el Ku Kux Klan.
El otro premio justo fue el de mejor actriz para Olivia Coleman por La Favorita. una actuación de matices diversos que mezcla histeria, debilidad, inocencia, crueldad y mucha diversión. Personaje redondo y emocionante que estaba a años luz de las otras competidoras.
Salvo las excepciones mencionadas, estos Oscars demostraron un nivel bajísimo en la calidad de las obras, no porque no exista buen cine en el mundo, sino porque la Academia carece de la inteligencia, el buen gusto y sobre todo el respeto debido para premiar la calidad. A eso se le suma una postura política evidente que nunca se atrevería a poner en situación incómoda sus intereses. A la Academia, desde hace unos años, se le ha dado por escoger y premiar películas superficiales y manipuladoras como consuelo de tontos para que creamos que hay alguna apertura. Este año esa manipulación se ve en la nominación a Pantera Negra y el Oscar a Green Book, o las diez nominaciones a Roma.
Es muy peligroso creer que solo porque vemos afroamericanos en pantalla o escuchamos español estamos ante una apertura de la industria. Es más este momento es quizás peor que el precedente, porque esos facilismos esconden discursos de control que evitan que se luche de verdad por otras historias y otros que cuenten esas historias. El único que este domingo de verdad representaba eso distinto fue Spike Lee, pero a él la industria lo desprecia.
Una noche más para entender que los Oscars se esfuerzan más en la moda de la alfombra roja que el cine de verdad.